miércoles, 29 de octubre de 2014

Terrores nocturnos y sonambulismo: dos caras de la misma moneda

A pesar de lo diferentes que pueden sonar a priori ambos conceptos, los terrores nocturnos y el sonambulismo tienen el mismo origen. Se trata de parasomnias que se dan en las fases 3 y 4 del sueño (de onda lenta), y mientras el sonambulismo es la forma leve del trastorno, los terrores son la forma más grave. Ambos se dan más frecuentemente en la infancia y adolescencia, y suelen durar hasta los 15 años, momento en el cual suelen desaparecer por sí solos. En adultos son mucho menos frecuentes y se suelen asociar a otros trastornos psicopatológicos.
Pero, ¿qué causa estos problemas del sueño? Si bien en niños y adolescentes se suelen relacionar con factores genéticos y/o evolutivos, también existen otros factores que se deben tener en cuenta: dormir poco, alterar los ritmos circadianos, alteraciones emocionales intensas (desde grandes disgustos hasta haber visto una película de terror), enfermedades que cursen con fiebre, etc.

En el sonambulismo, normalmente los episodios suelen aparecer durante el primer tercio del sueño. El sonámbulo aparenta estar despierto conductualmente, pero su estado de conciencia y neurofisiológico está dormido. Pueden reaccionar ante el medio (contestar si les hablan, interactuar, etc.), se comportan de manera automática y no recuerdan nada posteriormente. Las conductas a realizar son muy diversas: andar, quedarse en la cama sentado, hablar, comer, etc.). Es muy común que la persona no responda a los intentos de despertarle.
Una de las consecuencias más negativas del sonambulismo es la probabilidad de hacerse heridas. Así, una de las medidas iniciales más comunes es poner cerraduras en puertas y ventanas, retirar objetos peligrosos, etc. No se recomienda intentar despertarles, sino que es más eficaz reconducirles a la cama.
Los terrores nocturnos son similares a las pesadillas, pero mucho más intensos y de los que la persona no suele recordar demasiado. Normalmente los que los padecen lloran o gritan dormido antes de despertarse de manera brusca. Físicamente suele haber gran activación vegetativa (taquicardias, “piel de gallina”, pupilas dilatadas…) y manifestaciones de miedo.
Las consecuencias más típicas de los terrores nocturnos suelen ser somnolencia, miedo a irse a dormir, angustia, etc.
Para ambos trastornos del sueño se recomiendan tratamientos de higiene del sueño, despertares programados, relajación y/o hipnosis. También existen tratamientos farmacológicos, pero se suelen dar elevadas tasas de recaídas, por lo que el tratamiento psicológico conductual puede ser más recomendable. En cualquier caso, siempre es importante evaluar cada situación concreta, por lo que recomendamos que si alguien en la familia sufre alguno de estos trastornos, no dude en consultar a su médico o especialista.

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